Significado de la palabra Vampiro.
La literatura moderna ha entronizado una batalla fantástica entre
Vampiros y Hombres Lobo, con resultados que varían entre lo ridículo y lo risible. Pero lo verdaderamente curioso de esta antagonía es la nula investigación sobre la fuentes de las
leyendas de vampiros, o lo que es peor, su total rechazo en pos de una dudosa efectividad cinematográfica.
Porque, y creo que en esto podríamos coincidir, no hay nada más ridículo que un caballero victoriano cambiando tarascones con un perro descomunal.
Pues bien, la
palabra Vampiro, tal como la conocemos los hispanoparlantes, no es demasiado antigua. Debemos remitirnos al año 1847, fecha en la cual fue incluida por primera vez en el Diccionario de la Real academia de la lengua española. Su inclusión, indudablemente tardía, sugiere que, al menos, la
palabra vampiro era utilizada desde el siglo XVIII.
Para otros idiomas deberemos escarbar un poco más en el tiempo.
En Francia e Inglaterra se los conocía con la misma estructura:
Vampire, término que desciende del alemán
Vampir, y que a su vez proviene de varias voces eslavas, cuyas variantes oscilan entre
Wampir y
Upir, y cuya raíz, extrañamente, significa
Lobo.
Claro que los
rasgos clásicos del vampiro (clásicos, no victorianos) se asocian superficialmente a la figura del lobo, de hecho, son pocas las tradiciones que refieren la metamorfósis de hombre en lobo, y casi todas posicionan a las brujas y hechiceros como los baluartes de esta tendencia. El
vampiro, tal como se lo conoce en las
leyendas antiguas, es un engendro de lo más desagradable, nada más lejano con los jóvenes pálidos y melodramáticos de las historias modernas.
Los anglos hablaban de ciertos muertos redivivos llamados
Sanguisugus (en latín, literalmente:
chupasangre), los romanos y griegos fueron los más opíparos en cuanto a nombres:
Empusas,
Lamias, Larvas, etc. Todas estas
leyendas mencionan a
muertos que se alimentan de la sangre y la carne de los vivos, hábito alimenticio que generalmente comenzaba en el sepulcro, sitio en donde el
vampiro masticaba sus propias extremidades antes de emerger a la noche. Sus formas son horribles, espantosas, un reflejo del semblante de la tumba y un recuerdo constante de la corrupción de los cuerpos en la tierra. Sin embargo, los refinamientos del romanticismo tardío olvidaron sus nombres regionales, y poco a poco se los empezó a reunir bajo el término:
Vampiros.
Es aconsejable, entonces, que recordemos que cada vez que leemos o mencionamos la
palabra Vampiro en realidad estamos hablando de un lobo.